lunes, setiembre 08, 2008

Día 402, lunes

Al principio eran simples dibujos en la acera. Una cosa muy curiosa, aunque sin importancia. Para la gente que pasaba por la entrada del edificio, era imposible no voltear a mirar aquellos trazos dibujados en el asfalto, a veces en la misma vereda. En un comienzo siempre eran rostros de mujer, pero pronto aparecieron hombres con barba y también niños. Si bien nadie quería tomarle mucha importancia, una vieja mujer, inquilina del edificio, advirtió que podrían tratarse de mensajes encriptados, cuyo destinatario sería desde el Al Qaeda hasta simples ladrones. De todas formas, nadie le hizo caso. Para mí nunca fue un misterio. Mis largas noches en vela me llevaron una madrugada a descubrir a uno de los porteros del edificio arrodillado en la calle, fumando un cigarro y dibujando sobre la pista. A su costado, una caja de tizas terminaba por delatarlo. Mientras esto sucedía, los gatos de la zona le maullaban a la luna y fornicaban entre sí. Era una imagen triste, pero esperanzadora. Aquel chico era un artista. Para él la calle era un enorme lienzo negro sin pintar. Yo no fui el único en darse cuenta de que teníamos un portero con ínfulas de Basquiat. Rápidamente, se corrió el rumor de que el chico era adicto al pegamento. Una noche, terminaron robando uno de los departamentos y el dibujante nocturno terminó de narices en la calle. En su lugar, vino un tipo evangelista que siempre anda leyendo una revista llamada Atalaya. Los dibujos, ahora sí de manera misteriosa, siguen apareciendo cada mañana. A veces son chicas bonitas, otras son hombres en poses sugerentes y hace poco me pareció verme retratado en el asfalto. Al cabo de unas pocas horas, la tiza con la que está dibujada la imagen se desvanece. Anoche salí a pasear y me pareció verlo. Estaba sentado en un parque con la cabeza cubierta por una capucha. Quise acercarme para saludarlo, pero no pude. Ese chico es un artista y nosotros somos parte de su instalación. De regreso a casa, dos murciélagos pasaron sobrevolando la calle y yo tuve miedo de ser devorado por uno ellos. Pasaron tan cerca que pude verles el vientre con claridad.